El clientelismo es una relación entre individuos de estatutos económicos y sociales desiguales (el “dueño” y sus “clientes”), basándose en intercambios recíprocos de bienes y servicios y estableciéndose sobre la base de un vínculo personal habitualmente percibido en los términos de la obligación moral. Entendido de este modo, se trata de un fenómeno certificado en contextos sociales muy diversos. En la Roma antigua, los patricios mantenían a una extensa clientela de dependientes, en contraparte de su lealtad y su apoyo político, aportaban su protección económica y prodigaban sus generosidades. Al tiempo feudal, la relación uniendo un vasallo a su señor suponía compromisos privados que implicaban la fidelidad y la asistencia mutua. En la mayoría de las sociedades tradicionales, los tenedores de la autoridad sentían el deber de justificar su poder y su prestigio distribuyendo una parte de sus riquezas a sus supeditados, en forma de subvenciones, prébendes o asistencia.
[...] Fue el caso, en particular, para el Partido Revolucionario Institucional en México, las relaciones de clientela se establecían entre sectores enteros de Estado (Ministerios, organismos burocráticos, etc.) y grupos de categorías organizados (asociaciones patronales, grupos de presión, sindicatos, etc.). Al contrario de lo que era la opinión común de la mayoría de los especialistas de las ciencias sociales y políticas hasta los años setenta, el clientelismo sobrevivió a la modernización democrática. Incluso lo aprovecho, la ampliación del campo de la acción pública permito obtener nuevos y abundantes recursos de clientela y a los dirigentes de los partidos y a los cargos electos. [...]
[...] Las transacciones interesadas, que caracterizaban el clientelismo de notables, les aparecían como contrarios a los principios democráticos; les designaban como abusos o incluso actos de corrupción que era necesario erradicar para moralizar la vida pública. La especialización de las actividades políticas, que aumentó a partir del principio del siglo XX, sin embargo no suprimió las prácticas clientelitas. Ciertamente, se despreciaban progresivamente a medida de la difusión de las normas de la ciudadanía cívica e incluso se sancionaban, pero persisten y toman una nueva forma. [...]
[...] Se acompaña de un uso discrecional de los recursos públicos, que contradice las normas del Estado de Derecho y las de la imparcialidad burocrática. Se base en intercambios personalizados e instrumentales antitéticos de la ética de convicción y los preceptos de desinterés consustanciales al ideal cívico. Aunque las representaciones oficiales de la política legítima lo condenan al descrédito y lo dedican a confinarse en los “resbalones” oficiosos de la política, el clientelismo sigue siendo un resorte del funcionamiento concreto de las democracias representativas por el vínculo real que crea entre las poblaciones y la gobernanza política. [...]
[...] Pero se transformaron doblemente durante estos procesos. Por una parte, adquirieron una dimensión específicamente política insertando en las instituciones de los regímenes representativos; del otro, cada vez más frecuentemente han sido denunciados como suponiendo un obstáculo al buen funcionamiento de estas instituciones y a la realización efectiva de valores e ideales de la democracia. El establecimiento de la democracia y en consecuencia la instauración de procesos de selección del personal político a través del sufragio popular reforzó, al menos inicialmente, el poder de los notables tradicionales. [...]
[...] ¿Por qué el clientelismo debilita a la democracia? El clientelismo es una relación entre individuos de estatutos económicos y sociales desiguales (el y sus basándose en intercambios recíprocos de bienes y servicios y estableciéndose sobre la base de un vínculo personal habitualmente percibido en los términos de la obligación moral. Entendido de este modo, se trata de un fenómeno certificado en contextos sociales muy diversos. En la Roma antigua, los patricios mantenían a una extensa clientela de dependientes, en contraparte de su lealtad y su apoyo político, aportaban su protección económica y prodigaban sus generosidades. [...]
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