Los Estados liberales se enfrentan, desde hace más de cincuenta años, a la misión muy delicada pero indispensable de adaptar su política a la lógica de globalización, no sólo de la economía, sinó también de los conflictos, de los medios de comunicación y de la inmigración. En efecto, sus sociedades conocen grandes cambios estructurales debidos a esta evolución, puesto que sus referencias habituales se ven cuestionadas. El multiculturalismo es una consecuencia directa de esta globalización. Frente a esta cierta diversificación, cada vez más compleja, de los grupos nacionales, los Estados liberales han adoptado diferentes respuestas políticas. Los más recientes, como los Estados Unidos, han podido, desde un principio, fundarse en el reconocimiento de las numerosas especificidades étnicas y culturales que componen su sociedad. Sin embargo, esta configuración se opone a la tradición republicana de Estados más antiguos como Francia, que no reconocen su sociedad como una acumulación de comunidades, sinó como una nación compuesta por ciudadanos, considerados individualmente, y que son libres de elegir su modo de vida en la esfera privada, pero que aparecen todos iguales en la esfera pública. Estos dos modelos, basados, para el primero, en el multiculturalismo, y para el segundo, en la negación del multiculturalismo, sufren de crisis identitarias.
[...] Esta vez se trata de medidas obligatorias mandadas por el Estado (en oposición con el multiculturalismo que no se traduce por una política), que pide una adaptación mínima de los inmigrantes a la cultura política y al idioma. Estas medidas pueden mostrar una vía de adaptación mútua entre el Estado acogedor y los nuevos ciudadanos, que firmarían una especie de pacto. Este pacto podría garantizar a los inmigrantes una ayuda para integrarse, a través de clases gratuitas pero obligatorias de idioma y de cultura política por ejemplo, y un reconocimiento de su identidad propia y de su origen, en contra de su esfuerzo para integrarse y su reconocimiento de la sociedad y de sus valores. [...]
[...] Un camino alternativo al multiculturalismo, podría ser el pluralismo, que Giovanni Sartori[3] distingue de este primer término. En efecto, el pluralismo supone que los inviduos pertenecen voluntariamente a los grupos o comunidades a las cuales se ven asimilados, y que pueden estar en diversos grupos a la vez, respetando así la multiplicidad de identidades de cada uno : dos condiciones negadas por el multiculturalismo. Además cada comunidad integrada en una misma sociedad reconoce y se ve reconocida por las otras, de manera que ya no se trata de un reconocimiento unilateral, de la sociedad a la comunidad, como era el caso en el multiculturalismo. [...]
[...] Además, aparece contrario a los principios liberales. Si consideramos que el Estado liberal tiene como misión principal garantizar la igualdad entre los ciudadanos, podemos pensar, en una segunda reflexión, que el multiculturalismo, que consiste en poner de realce las diferencias de cada comunidad, va en contra de sus principios. Si la crisis identitaria de las sociedades liberales surge, en gran parte, de la gran diversidad de los elementos que la componen, no parece ser una solución adecuada subrayar esta diversidad, ya muy presente, por una política de diferenciación, que empeoriría la desarticulación de la nación. [...]
[...] Otro punto positivo del multiculturalismo es su gran realismo en cuanto a su visión de los individuos, en oposición con la visión republicana que niega las diferencias entre cada ser social, al separar la esfera pública y la esfera privada. En efecto, un individuo no sólo puede ser considerado como un simple ciudadano, aún en la esfera pública, puesto que en la vida social cada uno actúa según sus convicciones, su educación y su propia cultura. Otorgar a los individuos una sola y borrosa identidad nacional, y entonces negar su identidad multiple, además de ser reductor, puede alimentar su crisis identitaria, puesto que les puede costar reconocerse en la política de su país, ya que su pertenencia a tal o tal grupo no se vería tomada en cuenta. [...]
[...] Desde un cierto punto de vista, el multiculturalismo puede aparecer como una solución a la crisis identitaria que sufren las sociedades liberales. La prosperidad ha atraido a mucho inmigrantes que aportan con ellos su propia cultura, su idioma, así como sus costumbres. Cada grupo étnico o religioso acaba formando una comunidad que se distingue por estas enumeradas especificidades. Así que la diversidad de culturas en las sociedades liberales es de todos modos una realidad. El multiculturalismo político reconoce esta diversidad, e intenta organizarla. [...]
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