Cervantes escribió el Persiles en un contexto histórico-religioso muy particular. En efecto, en aquel entonces, Europa se encontraba en plena Contrarreforma, para luchar contra las ideas protestantes que ya habían empezado a desarrollarse desde 1520, sobre todo en el Norte de Europa. Lo que se llamó la Reforma empezó a finales de 1517 con las tesis de Lutero acerca de las indulgencias, tesis que al principio no eran del todo un programa de reformación, sino que sólo pedían una simplificación y una personificación de la religión y preconizaban un contacto directo con los textos. El verdadero programa reformador empezó en 1520 y constituyó una devaluación de las mediaciones del Evangelio con, por ejemplo, la negación de la mayoría de los sacramentos o la negación de la primacía del Papa. Es decir que la Reforma no se refería a un estado de cosas, sino a la doctrina misma. Y eso ponía en tela de juicio numerosas normas adquiridas de la Edad Media, y también de la Iglesia antigua, sólo en nombre de la Escritura. La Iglesia no se reconoció en todo eso. Organizó el Concilio de Trento, que promulgó decretos pro reformatione y así empezó la Contrarreforma con su fervorosa defensa de todas las instituciones y de la verdadera fe católica. Así que Cervantes se encontraba en este contexto religioso cuando escribió tanto la primera como la segunda parte del Persiles. Éste es, a primera vista, una obra de exaltación católica y de exaltación también de una Europa del Sur campeona del catolicismo, con «el cielo de la tierra» en Roma.
[...] Hasta puede parecer un poco pagano ya que Auristela aparece como la madre del Universo en este cuadro mientras que, en la realidad, sólo es una mujer, no es una diosa. En Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Cervantes hace una crítica de las instituciones. Por ejemplo, nos muestra la corrupción de la guarda del Pontífice. Cuando prendieron a Periandro, éste consiguió comprar su libertad (p.673): «Ofrecióles dineros con esto y con habelles hablado en su lengua, con que se reconcilian las ánimos que no se conocen, los tudescos no hicieron caso de Hipólita así, llevaron a Periandro delante del gobernador». [...]
[...] En efecto, es imperfecta: ya es madre y engendró su hijo antes de casarse oficialmente. No tiene nada de la Virgen ya que, a diferencia de ella, concretizó el pecado carnal. También podemos interesarnos a los penitenciarios que tienen que enseñar la fe católica a Auristela al final de la novela. Su sermón responde a los cánones de la predicación ordinaria y se opone en todo a la fe pura y rústica de Ricla. Según Molho[5]: ironía cervantina consiste solamente en mostrar en una rica oratoria [ ] una rica balumba de tópicos de escuela». [...]
[...] Desde el principio del siglo XX sobre todo, se desarrolló el diálogo ecuménico que convidó las Iglesias a volver a evaluar su herencia y a insistir más en los puntos comunes que en las diferencias. Algunos de los rasgos característicos de la Contrarreforma se encuentran en el Persiles, donde el autor va repitiendo a lo largo de toda la obra que los personajes son cristianos católicos que se oponen en todo a las ideas protestantes. Lo vemos sobre todo a través de la pareja central: Periandro-Persiles y Auristela-Sigismunda. Desde el principio de la obra, Periandro aparece como un santo. [...]
[...] A lo largo de toda la novela, sirve de modelo propiamente dicho, tanto para Auristela como para Constanza, que quieren hacerse monjas, pero nunca lo consiguen. Eso pone de relieve el hecho de que actúan más en su propio interés que en el de la religión católica. Nos demuestra que no son demasiado fuertes mejor dicho, que su fe no es demasiado fuerte para conseguir entregar su vida a Dios. Tenemos también un ejemplo de católico «integrista» en la figura del jadraque (pp.553-554). Pero, su punto de vista es abusivo, es un personaje típico de las novelas de entonces. Aquí desempeña este papel un converso. [...]
[...] La costumbre consiste en que el día de la boda se junte la familia del novio y los hermanos vengan coger las flores de su jardín y a manosear los ramilletes que ella quisiera guardar intacto para su marido». Costumbre bárbara en tierra cristiana. Es tal la costumbre que Transila incluso dice: trataron los corsarios con mejor término que mis ciudadanos.». Como lo subraya Joaquín Casalduero en Sentido y forma de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (p.55): discurso de Transila descubre la visión histórica del Barroco: las fuerzas actuantes de la Naturaleza tienen esclavizado al hombre primitivo hasta que el cristianismo consigue devolverle la libertad.». [...]
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