Comentario de texto sobre el artículo de Manuel Vincent, "El mendigo", publicado en el periódico El País en 1996.
[...] Allí mismo se le acerca a la señora por detrás un tipo patilludo con bambas y anorak, la derriba con una llave de yudo le arrebata el bolso y huye a toda velocidad a lo largo del corredor, sin que nadie de cuantos circulan a su lado haga nada por detenerlo. Todo el mundo queda paralizado. También el guarda jurado, que ha contemplado el atraco a través del cristal, permanece impasible. A él le pagan para proteger únicamente a los clientes dentro del establecimiento. Sólo el mendigo reacciona mientras la señora está gritando en el suelo. [...]
[...] La señora no le da nada pero el mendigo ni siquiera reacciona. La indiferencia de la mujer no le afecta ya que forma parte de su cotidiano. Sigue tocando como si no hubiera pasado nada. A continuación, la señora entra en el centro comercial para comprar cosas. Un guarda jurado tiene que proteger a los clientes dentro del centro comercial. Es normal que tenga enormes bíceps porque su trabajo supone tener una gran fuerza física para luchar físicamente con los que roban. [...]
[...] El mendigo se lo entrega a la señora y a continuación comienza a tocar la flauta de nuevo. La señora trata de recompensarle por su heroísmo, pero el mendigo se niega a aceptar nada que no sea una limosna ordinaria. Cree que se la merece por el simple hecho de tocar el Himno a la alegría. La señora rebusca en el bolso una moneda de 100 pesetas, la echa en el estuche que hay en el suelo y el mendigo inclina la cabeza y se lo agradece. [...]
[...] Por consiguiente, el mendigo es un hombre bueno, altruista, servicial, generoso. Actúo de manera heroica. Al final, el mendigo vuelve a tocar la flauta como si nada. No quiere la recompensa de la señora porque, para el, un favor no se paga. Es un hombre desinteresado. Para el, ayudar a un persona en dificultad es normal y gratuito. El solo quiere dinero por su trabajo que es tocar la flauta. La señora le da cien pesetas. Sabemos que tiene cuarenta y dos mil pesetas en el bolso. [...]
[...] Ni siquiera piensa en utilizar sus enormes bíceps para ayudar a la mujer. El no quiere más de lo debido. En realidad, el narrador denuncia la paresa, la falta de valor del guarda jarrado. Se burla de él, de sus enormes bíceps totalmente inútiles. - La reacción del mendigo es totalmente opuesta a la del guarda jurado. Los tres verbos “interrumpe”, “sale atrás” muestran la espontaneidad y la rapidez de la acción. No vacila en ayudar a la señora aunque ella manifestó indiferencia. No le guarda rencor. [...]
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