No cabe duda de que este documento es un extracto del libro Me llamo Rigoberta Menchú, publicado en 1983. Me parece imprescindible notar que este libro tiene una particularidad. En efecto, fue dictado por Rigoberta Menchú, una india o indígena guatemalteca y Premio Nobel de la Paz en 1992, a una periodista. En ese libro, nos cuenta su vida y a pesar de ser muy joven (13 años), tenía mucho que contar. En efecto, su vida no sólo es la vida de todo un pueblo o de toda una cultura sino también la historia de la colonización, de la tortura, de la opresión y de la violencia de los campesinos humillados por los militares y terratenientes.
[...] Para empezar, si me fijo en la primera frase, leo que la autora cuento su llegada a la capital para trabajar de sirvienta en una casa rica mientras que antes trabajaba en una finca, en el campo. Después, conviene subrayar que era pobre. En efecto, habla de su apariencia. Andaba descalza cuando llegó a la capital.
[...] Conforme adelantamos en el análisis, notamos que Rigoberta estaba orgullosa porque llevaba su propia ropa, su ropa tradicional. Además, no hablaba español pero comprendía un poco porque entendía los caporales cuando estaba en la finca. Aunque los caporales eran indios, hablaban español para dar órdenes, maltratar o insultar a los indios porque se sentían más fuertes, así, tenían la impresión de dominar a los indios. Es un fenómeno de aculturación pero también una forma de colonialismo. La otra sirvienta la miró con indiferencia. (...)
[...] En efecto, fue dictado por Rigoberta Menchú, una india o indígena guatemalteca y Premio Nobel de la Paz en 1992, a una periodista. En ese libro, nos cuenta su vida y a pesar de ser muy joven (13 años), tenía mucho que contar. En efecto, su vida no sólo es la vida de todo un pueblo o de toda una cultura sino también la historia de la colonización, de la tortura, de la opresión y de la violencia de los campesinos humillados por los militares y terratenientes. [...]
[...] Pues, cabe puntualizar aquí que el color del perro llama la atención de la autora. Es una vergüenza que un animal pueda comer la misma cosa que sus dueños mientras que una persona como Rigoberta no. Al final, me parece que se desprende una impresión de tristeza. Es un final conmovedor. Conclusiόn: A modo de conclusión, podemos decir que este documento es un testimonio conmovedor que nos revela la discriminación cultural en Guatemala. Nos revela el colonialismo interno y las violencias que padecen los indios en Guatemala. [...]
[...] Aunque los caporales eran indios, hablaban español para dar órdenes, maltratar o insultar a los indios porque se sentían más fuertes, así, tenían la impresión de dominar a los indios. Es un fenómeno de aculturación pero también una forma de colonialismo. La otra sirvienta la miró con indiferencia. Después, Rigoberta describía sus condiciones muy difíciles de vida y poco a poco nos vamos enterando de que tenía que dormir entre las basuras, las bolsas de plástico como si fuera un desperdicio entre cajas. [...]
[...] Con mucha voluntad Rigoberta se convirtió en la portavoz incansable, empeñada de su cultura y de su pueblo para cambiar el curso de la historia. Por eso, recibió el premio nobel de la paz en 1992, fecha simbólica en la que se celebró el quinto centenario del descubrimiento de Américo o el encuentro violento de dos mundos es decir la España renacentista y las culturas precolombianas. Por eso, yo pienso sinceramente que hay que escuchar a Rigoberta porque aunque ha abierto las conciencias y un camino hacia el reconocimiento de los derechos de los indios desgraciadamente, siguen existiendo problemas importantes de discriminación y actitudes neocolonialistas hoy en día, no solo en América sino también en otras partes del mundo y nadie debe olvidar que el respeto a los pueblos que fueran colonizados o esclavizados es una lucha de cada día para acabar con el etnocentrismo de los siglos pasados. [...]
[...] Recuerdo que llevaba mi ropa bien viejita porque era trabajadora de la finca1 y llevaba mi corte2 bien sucio3; bien viejo mi huipil4. Tenía un perrajito5 y era el único que llevaba. La señora del señor6 estaba en la casa. Había otra sirvienta que era para la comida y yo tendría que tener el trabajo de limpiar7 la casa. La sirvienta era también indígena pero había cambiado su traje8. Tenía ya9 ropa ladina10 y hablaba ya el castellano y yo no sabía nada. Llegué y no sabía qué decir. Yo no hablaba el castellano, pero entendía algo. [...]
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