La trágica historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca fue representada por primera vez en el año 1600. El monólogo de Hamlet ocupa desde entonces el sitio mayor en el teatro occidental por su reducción sorprendente de la angustia existencial a una alternativa lapidaria: ser o no ser. Además de explorar el tema del más allá, el protagonista discurre sobre lo absurdo de la vida, la atracción de la nada y la oportunidad del suicidio, los caminos de la dignidad y el ansia de libertad, situándose así Shakespeare en la corriente estética del barroquismo y en el marco ideológico del Renacimiento. Nuestro análisis se dedicará a esclarecer el soliloquio según enfoques múltiples, apoyándonos en la estilística tanto como en los procedimientos específicos de la representación teatral.
[...] Lo más inevitable y lo más clásico en este ejercicio de peligroso virtuosismo en que consiste el comentario del texto quizá más famoso de la literatura, es abordar en uno que otro momento el aspecto "reflexiones sobre la muerte", que forma la mayor parte del soliloquio. Empezaremos por este aspecto, precisamente porque es la base imprescindible sobre la que se puede construir un análisis más profundo. Pretender a cierta originalidad sería presuntuoso, así que tratemos de presentar las cosas de manera ordenada. Se presenta ante Hamlet la eventualidad de su propia muerte, cercana por la oportunidad que tiene de jugarse la vida vengando a su padre. La hoz siempre al acecho, que para no caer en profunda depresión paranoide ignoramos a lo largo de nuestra vida, amenaza.
[...] El primer punto, la muerte como adormecimiento, constituye un tópico de la estética barroca. ¿A qué corresponde eso? Nos parece que toda la imagen de la muerte / sueño está vinculada con la teología cristiana de la resurrección. En efecto, en buena teología, la resurrección de la carne viene al final de los tiempos. Si nos encarnamos entonces tal como somos hoy, resulta que el tiempo que pasará entre el día de nuestra muerte y el día en que nos levantemos en carne y huesos puede ser calificado de sueño, tanto más cuanto que esta imagen aleja el pensamiento de lo inmunda e impensable que es la realidad de la descomposición del cuerpo. En ese sentido y en la realidad del cuerpo muerto, morir es como dormir. (...)
[...] Y Shakespeare empeora su caso cuando ni siquiera contempla estas eventualidades, sino que imagina un "después" pagano, más o menos bajo la apariencia gris y fea de los limbos griego- latinos. - Por si no fuera bastante, afirma Hamlet que tenemos seguro conocimiento” de las cosas del más allá. - Y para más herejía, en la última frase del soliloquio afirma que nuestras empresas reducidas designios vanos”, las debemos a la “previsión”, que hace a todos cobardes”. Tales acentos se volverán a oír mucho más tarde en las obras de Nietzsche, acusando el cristianismo de debilitar las ánimas. [...]
[...] Tópico barroco al igual del "teatro en el teatro" que permitirá en el Acto III, Escena 14, quitarle la máscara al Rey Claudio, Hamlet lleva máscara de loco sobre máscara de actor. Puesto en peligro mayor al preparar la realización de la venganza de su padre, se refugia en fingida locura, y es precisamente en ése estado, que el mundo reconoce de costumbre como "privación de sí mismo", que se encuentra libre de maniobrar. En el monólogo que estudiamos aquí, claro está que la muerte es presentada, o por lo menos contemplada, como posible término de aflicciones” (l. [...]
[...] Hamlet es joven, no está enfermo, pero corre peligro ya que conspira contra la vida del Rey su tío. Ya no puede disfrutar de la ilusión visceral que el término fatal quedará alejado lo bastante para darle la oportunidad de prepararse. Como el soldado en la víspera de la batalla, o el condenado que no espera nada, Hamlet se deja invadir por la angustia. Ésta angustia natural, para quién no es guerrero en el alma y tampoco se pasa años deshaciéndose de su ego en un monasterio, la tiene William Shakespeare que representar ante el público, en el escenario barroco de su teatro isabelino. [...]
[...] Shakespeare, para justificar el retraso de la venganza, pinta entonces a su protagonista con rasgos elegantes, refinados, pero poco heroicos. Así, el centro del drama se traslada de las intrigas de Claudio a las reacciones de Hamlet: melancolía, pesimismo, irresolución, atracción para con el suicidio, juego con los límites de la locura, dificultades en asumir su rol en medio de las intrigas de la corte de Dinamarca. Lo mejor es citar al Príncipe mismo, en el acto escena 2. Antes de que el espectador esté al tanto de lo que sea, y en cuanto se encuentra solo, Hamlet expresa su cansancio de la vida: Dios mío! [...]
[...] - La libertad en fin, que permite transfigurar los límites de la condición humana, asumiendo la relación del hombre a su mundo, aquí de Hamlet a su situación propia, con compromiso y responsabilidad (Camus añadiría rebelión”). b. Un protagonista en busca de libertad. Nos parece que el personaje de Hamlet queda perpetuamente en busca de su libertad. Príncipe sofisticado, le asquean ciertas costumbres sin sentido de la corte (Acto Escena 10: parece que sería más decoroso quebrantar esta costumbre que seguirla”). [...]
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