Cuando Billy Wilder retrataba en sus obras cinematográficas las miserias propias del mundo del periodismo, no lo hacía desde un punto de vista distante; de hecho, el director vienés había cometido muchas de las iniquidades a las que empujaba un oficio mal pagado y fuertemente competitivo. El Gran Carnaval, una de sus filmes más celebrados, es analizado pormenorizadamente en estas páginas, insertándolo en el contexto cinematográfico y comunicacional de la época, con sus derivaciones estéticas y éticas, sin dejar de lado el tema central de la película: ¿hasta qué límite es admisible alimentar las ansias de espectáculo de una sociedad hipnotizada por sus propios medios de comunicación?
El Gran Carnaval se rodó en una época de importantes cambios para la industria cinematográfica; entre estos cambios fueron sin duda los aspectos políticos los que más influyeron en la transformación del ambiente que rodeaba a la industria cinematográfica de la época. No hay que olvidar que, a finales de los años cuarenta del siglo XX y principios de los cincuenta, especialmente en Estados Unidos, era muy difícil sustraerse al clima de guerra fría que lo impregnaba todo. Hollywood no sólo no fue una excepción, sino que, como es bien sabido, experimentó duramente en sus carnes el peso de los acontecimientos políticos. Nos referimos, por supuesto, a la llamada “caza de brujas”, acentuada desde la intervención directa de Estados Unidos en la guerra de Corea y la actuación del senador Joseph MacCarthy, denunciando, en 1950, la infiltración comunista en Hollywood. Sólo con el final de la guerra de Corea en 1953 y el voto de censura del Senado contra McCarthy empezó a desaparecer la influencia de las comisiones encargadas de la depuración.
[...] Pulitzer también impulsó una fórmula ya ensayada anteriormente: crear la noticia. El World estableció servicios asistenciales de distinto tipo, o bien organizó viajes, como el de Nelly Blay, que debió dar la vuelta al mundo en 80 días, a imitación del personaje de Julio Verne. Todo ello era ampliamente cubierto, lógicamente, por The World. El periodista sale del segundo plano para convertirse en protagonista. En la película, Charles Tatum ha aprendido la lección: si no hay noticia el periodista debe provocarla. [...]
[...] Fuera son muy pocos los que oyen el ruido del taladro, la música está demasiado alta. Entre esos pocos se encuentra el padre de Leo, que comparte con su hijo el sufrimiento. No hay que olvidar que la utilización del taladro es lo que está matando a Leo. El Gran Carnaval: Ficha técnica Ace in the hole/The big carnaval (El Gran Carnaval) blanco y negro. Paramount. Duración: 111 minutos. Director: Billy Wilder. Guión: Billy Wilder, Lesser Samuels, Walter Newman. Cámara: Charles B. Lang Jr. Supervisión del montaje: Doane Harrison. Montaje: Arthur P. [...]
[...] Recibió el premio Pulitzer. Hasta aquí la realidad. Atribuirle a aquel periodista la actitud del personaje encarnado por Kirk Douglas sería ir demasiado lejos. De todos modos no deja de ser significativo el hecho de que, como decíamos más arriba, estos hechos reales fueran recordados dentro del propio film. Habían transcurrido veinticinco años, y seguramente más de un espectador pudo refrescar su memoria. Claro está que hoy las cosas no se producirían como en la película. Hoy todo se parecería más a un nada despreciable remake (no reconocido) de Constantin Costa-Gavras. [...]
[...] Al principio trata de poner las cosas en su sitio. Cuando ve que un circo va a instalarse en los alrededores de la mina, estalla indignado: podemos dejarles entrar aquí circo “Míralos, vendiendo globos, helados, perritos calientes . a lo que Lorraine contesta “Todos pagan, papá”. Pero él no quiere el dinero, sólo quiere a su hijo. Chuck, que lo sabe, le mira siempre con tristeza y respeto, es la antítesis de Lorraine. La película puede interpretarse como un juego de equilibrio entre dos tríos. [...]
[...] La manzana que muerde Lorraine es uno de los más evidentes. La botella, que persigue durante todo el film a Tatum, es también característica. Tiene incluso algunos componentes irónicos, puesto que el periodista, que varias veces es acusado injustamente de su afición a la botella, la utiliza para construir en su interior barcos en miniatura. En esta escena hay una clara relación con otra de Ciudadano Kane, en la que la botella aparece parcialmente vacía sobre la mesa de un periodista: es el modo que tiene Orson Welles de indicarnos la borrachera de la noche anterior. [...]
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