Como lo sugiera esta citación de Louis Le Bondidier, un director de museo enamorado, como tantos otros, incluso yo, de la cordillera pirenaica, vamos a tratar en este trabajo del pireneísmo. Este movimiento tiene evidentemente por tela de fondo los Pirineos, macizo montañoso que traza la frontera entre España y Francia. Del Atlántico al Mar Mediterráneo, los Pirineos marcan el paisaje tan geográfico como cultural de muchas provincias.
Ante todo, el pireneísmo es un término propuesto y utilizado por los adeptos de la práctica del deporte de ascensiones en montaña en el medio pirenaico; se opone y hace juego al término alpinismo, más conocido, utilizado en el macizo alpino. Se trata de una actividad consagrada a la ascensión (palabra del siglo XVIII) y a la excursión (término del siglo XIX). Así, vamos a ver que el pireneísmo nace en el siglo XVIII, siglo del auge del Romanticismo, entendiendo por romanticismo el movimiento artístico, literario y espiritual que surge a finales del siglo XVIII y que se desarrolla y se extiende por toda Europa en las primeras décadas del siglo XIX (principalmente en Alemania, Francia e Inglaterra). Este movimiento se acompaña de un deseo de descubrimiento de la naturaleza, promovido por las ideas de Jean-Jacques Rousseau, expuestas por ejemplo en La Nouvelle Héloïse.
[...] Pero ni el romanticismo gallego ni el vasco fueron puros movimientos literarios y espirituales como en Francia, sino que sus conotaciones regionalistas y nacionalistas cristalizaron unos movimientos culturales y políticos de recuperación de la identidad colectiva (por ejemplo, en Cataluña esta inquietud recibió el nombre de Renaixença). Y es eso que es interesante para entender el pireneísmo y la cultura pirenaica en el lado español, porque esos movimientos tienen una visión propia de la identidad étnica, a la hora en que se busca la esencia de la cultura pirenaica. [...]
[...] Henri Russel era un pirineísta y también escritor. Se hizo cavar una cueva al glaciar del Vignemale: pasaba sus días y noches en lo que llamaba su para escribir poemas. Hoy, para celebrar su memoria y su estilo de vida cercano de la naturaleza y de la exaltación que le procuraba, hay una placa en la entrada de Gavarnie. A principios del siglo XX, los cinco hermanos Cadier, grandes admiradores de Russel, buscaron nuevas vías y colectaron las cumbres: desde el Aneto al Marboré, pasando por el Vignemale, el Néouvielle o el Monte Perdido. [...]
[...] La fecha clave es 1786 con la conquista del Mont-Blanc en los Alpes. Hasta esta época, los Pirineos aparecen en los testimonios como una comarca lejana, explicando el retraso de su descubrimiento respecto a los Alpes por el hecho de que los Pirineos no se encontraban en el camino de nadie, siendo una frontera, una línea de cumbres que se parecían a una muralla compacta o a un laberinto. Tenemos que esperar la segunda mitad del siglo XVIII para que se manifieste una nueva concepción de las relaciones del hombre con la naturaleza en los Pirineos. [...]
[...] Diversos por sus orígenes, los pireneístas lo son más aún por sus costumbres: el género se divide en numerosas especies. Existe el botánico que se distingue por una caja verde en la espalda y habla latín la mayoría del tiempo: las palabras pyrenaicus, pyrenaica, pyrenaicum forman la mitad de su vocabulario. Cada especie tiene sus variedades. Así, la especie geógrafo comprende las variedades topógrafo y geodésica: ésta es la más noble, ya que en las cumbres se adelanta siempre a la topógrafa. [...]
[...] Para dar cuenta de esta evolución, me basaré sobre dos textos de Louis Le Bondidier, que fue director del Museo Pirenaico de Lourdes a principios del siglo XX. El primero fue publicado en 1903 en el “Bulletin Pyrénéen” y bajo el título de pireneísmo de mañana”, plantea un proyecto de federación de las secciones del Club Alpino (que sea francés o español) y de las Sociedades de Excursionistas de los Pirineos. De su propuesta, se puede retener los artículos 1 y “Art.1. [...]
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